Hace exactamente una década, un nuevo formato -probado ya en otros países del mundo- desembarcaba en la televisión argentina y abría el debate entre los intelectuales nacionales: ¿la encarnación de la metáfora de George Orwellsuponía un avance en materia de entretenimientos o la debacle de una conformación social?
El tiempo pasó, las críticas se disiparon y tiempo más tarde, el eje de los cuestionamientos estuvo puesto en los recursos de la producción para condimentar y activar las facetas emocionales de los siempre bien elegidos participantes del programa.
Pero, ¿qué es lo que sucede con la última edición de “Gran Hermano”? ¿Por qué la gente dejó de premiar las historias de vida y pasó a ponderar las descarnadas estrategias de Cristian U y su séquito de concursantes amigos?
En un intento por analizar el fenómeno televisivo –no así el sociológico-, te acerca el cielo y el infierno de la última emisión del polémico reality. Un racconto de las cuatro mejores y peores facetas que nos deja el programa conducido por Jorge Rial.
El cielo
La presentación del “participante número 19” prometía conocer al ganador desde el minuto uno del programa. Alejandro y su disforia de género respetaban todos los condimentos que, históricamente, el público había premiado durante todas las ediciones del programa.
Sin embargo, la aparición de Cristian U. y su abierta estrategia para ganar el certamen supo ganarse el interés del público que, hasta el momento, mantiene su lealtad hacia uno de los líderes más polémicos de la casa.
El juego desenfadado y la ausencia de la concepción de “traición” –tan presente en las últimas ediciones-, hizo que los “pases de grupo” se convirtieran en una de las estrategias más premiadas por parte del público. Atrás quedaron, claro, la valoración hacia las historias de vida y los “falsos lazos” entre los hermanitos.
La participación de la gente, en tanto, también es otro de los condimentos más interesantes del programa. Lejos del supuesto “hermetismo” asegurado por parte de la producción, los gritos del “afuera” jugaron una carta muy desestabilizadora para los participantes y condimentaron las sensaciones encontradas dentro de la casa.
Pero la relación con el público no se limitó a lo que los “hermanitos” pudieron escuchar desde su constante letargo en el jardín de la casa. La habilitación de cuentas de Twitter y la posibilidad de “guiar” el interés de los seguidores les permitió a los concursantes interactuar y capitalizar al público.
Por último, la aparición de las famosas cartas que condicionan y, se supone, vuelven imprevisibles las nominaciones. Con un reparto inicial de cuatro “comodines” y el posterior agregado de algunos más –cuando el juego se tornaba repetitivo-, los “hermanitos” tuvieron que enfrentar un nuevo obstáculo a la hora de poder concretar sus estrategias.
El infierno
La previsibilidad. Pese a que inicialmente las constantes victorias de Cristian U. despertaban el interés del público, la incapacidad de revertir el resultado por parte del grupo de “los otros”, convirtió a las nominaciones y galas de eliminación una postal conocida y siempre previsible.
Sin importar cuanto hablen o qué estrategia arman, los hermanitos anti “U” de la casa nunca logran vencer al presunto preferido del público. De este modo, el programa pasó de convertirse en una carrera estratégica a la presentación de un grupo de vacas cuyo destino final será irremediablemente el matadero.
El casting, en tanto, también despertó la sorpresa del público que, al presenciar el ingreso de los participantes a la casa, no pudo evitar notar el nivel de “modelaje” dentro del programa. En su gran mayoría, los nuevos hermanitos son modelos publicitarios o chicas con cuerpos voluptuosos que sueñan con ganarse un espacio en los medios a fuerza de mostrar tangas en vivo.
La falta de representatividad y diversidad –sólo acatada a la hora de elegir concursantes con sexualidades diferentes para despertar la atención del público-, repercute, de algún modo, en la imagen de perfección que los adolescentes, público promedio del ciclo, adquieren mientras visualizan el sitio.
El objetivo. Lejos de buscar “otras cosas”, la mayoría de los concursantes manifestaron que el motivo por el cual decidieron ingresar al programa es convertirse en personalidades del alicaído mundo del espectáculo . Inclusive, aquellos que decidieron inscribirse en el programa para solucionar los problemas de salud de un pariente (Tamara) o para poder operarse (Alejandro), fueron y son duramente criticados por sus compañeros, quienes los catalogan como “lastres” que sólo quieren “dar pena”.
El bajo nivel cultural. Aunque el siguiente punto no es culpa de la producción y responde, quizás, a un descenso general en el nivel de formación de los jóvenes, llama la atención la cantidad de errores de ortografía que los hermanitos vomitan, sin conciencia, desde sus cuentas en la red social Twitter. Otros, en tanto, llevan su lenguaje propio al habla y deleitan al público con la clase abierta anti gramatical.
Pero, después de todo, el propio Gabriel García Márquez, ganador del Premio Nobel y representante de una de las generaciones más exquisitas de la literatura latinoamericana, se manifestó en contra a las reglas ortográficas e hizo campaña por la “despenalización” de los horrores ortográficos.
Minuto-
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